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>Y veo vacas moradas

>Veo una novela coreana a la una y media de la mañana todos los días en que no tengo que despertar temprano al día siguiente. Ella es hermosa y lo quiere pero está enferma. Él es un idiota pero la quiere y no sabe. Ella llora. El otro se va. La tercera arista del triángulo la abraza y le dice que estará con ella siempre y que no llore. Recoge el gorro que cayó de su cabeza mientras se escucha en el fondo esa patética canción y ella llora y ella grita que vuelva. La tercera arista del triángulo, que me cae mejor que el primero, se queda mirándola llorar.

No puedo identificarme con una novela llorona en este instante, por eso viene parte del placer de verla, porque me da ganas de reírme de la desventura de unos coreanos de marfil que actúan mejor que los mejicanos y venezolanos en sus novelas, incluso estando doblados.

No es cierto que necesite estar triste para escribir.
Lo digo porque estoy más feliz que nunca,
y no puedo dejar de hacerlo.

Me sorprendo a menudo sonriendo por detalles que me hacen recordar
su rostro sonriéndome.

Y sin embargo,
todo empieza a ensombrecerse.

Sueño sueños agitados
y despierto sintiendo que no siento nada.

Ella habla de él en frente de la tercera arista del triángulo. Lo lamenta. La tercera arista del triángulo no está triste, intenta hacerla reír y logra hacerle olvidar que ella ya no puede ver y por eso ha dejado al primero. Ella ríe a carcajadas, pero luego llora. La tercera arista del triángulo la abraza y grita yo estoy contigo.

El primero llora.

Nadie lo quiere, ni siquiera el público. Pero ese efecto fue hecho a propósito. Uno espera que ella se quede con la tercera arista de este triángulo.

Ella ya no ve. Sus ojos sólo sirven ahora para llorar.

Y como siempre, yo de madrugada y solo, veo vacas moradas gravitando a mi alrededor.

Y un dolor de cabeza terrible y ganas de vencer el insomnio.

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>Primer Post!

>Como tenía bastante que hacer esta noche y pocas ganas de empezar, decidí hacer otra cosa, y qué mejor que empezar un blog que nadie va a leer. Porque nadie lee los blogs. A lo mejor uno entra y pone un comment y luego dice qué va, volveré a pasar por allí algún día. O no.

Pero el blog me importa poco. Y todo me importa un poquito menos, pero equitativamente.

Hoy estaba pensando en cómo un niño ve el mundo. Cómo? Miraba por la ventanita sucia del microbus que me llevaba a ver si veía a alguno de esos raros ejemplares de adultos en miniatura que son los niños, siempre llevado del brazo por algún grande o corriendo sin preocuparse de a dónde, pero corriendo, porque detenerse o caminar es perder un precioso tiempo y uno no es niño toda la vida, no?

Digo que miraba, pero más que nada sólo veía a muchos niños de la calle, y se me ocurrió bajarme y preguntarles. Hola niño, ven aquí, ven, no te asustes, quiero hacerte unas preguntas, si quieres te compro unos caramelos, te compro toda la bolsa si?, sólo quiero hacerte unas preguntas, dime, niño, cómo ves el mundo? Que quién soy yo? Pues yo soy un escritor, y quiero escribir la historia de un niño como tú. Que cómo me llamo? Soy el Destripador Manso. No te vayas, niño, no te vayas, espera, deja que te cuente mi historia y tú me dices la tuya, si? Si quieres te compro tu bolsa de caramelos, te compro dos, los chocolates también, niño, vuelve.

Nada.

Es difícil encontrar niños para preguntarles. Señora, le importa que entreviste a su hijo? Camina más rápido hijito, no, no señor, camina, te digo.

En qué momento terminamos de perder al niño que llevamos dentro? me senté en la grada de una esquina, acordándome de todos aquellos momentos que pasé siendo niño. Echado en mi cama y leyendo. Jugando y solo. Rompiendo figuritas en los álbumes, pegándolas indistintamente del número. Jugando y solo. Leía los cuentos de hadas de los hermanos Grimm, pero eran adaptaciones, luego cuando fui un niño más grande leí los verdaderos y acababan distinto. Eran más sangrientos. Nada, no recordaba haber conocido otros niños. Quizá en el colegio, ahí habían bastantes niños que no me hablaban, sólo jugaban entre ellos y yo los veía jugar. A veces me lanzaba a las canchas a dar patadas a alguna pelota hasta que algún niño grande me la quitaba y me decía tú no juegas. Pero yo volvía, pateaba otra pelota, hasta que otro niño grande viniera. Nunca entendí esos juegos.

Tenía una piedra en la mano. Recordé antiguos rituales mágicos y busqué la piedra rojiza. Le saqué filo contra el borde de la vereda y luego empecé a dibujar. Si lo dibujo, quizá vendrán. Dibujé un Mundo. O lo que recordaba que era un mundo. Con números grandes y casilleros cuadrados, menos el cien, que era cabezón y redondo. Me volví a sentar en la vereda y esperé a que lleguen los niños, para verlos jugar.

Pero nadie venía.

Pasaron mamás con sus niños pequeños, se me quedaban mirando pero pasaban de largo, como si fuera yo el bicho raro en exhibición y no aquellos ejemplares de adultos en miniatura que no entendía.

Quería pensar como piensa un niño. Sólo quería volver a jugar como juega un niño. Quería recuperar el momento en que pensaba como piensa un niño. Es lo que todos queremos? Volver a ser niños?

Comencé a jugar Mundo solo.