Siempre he tenido miedo de los meses silenciosos, como febrero, como octubre, a veces abril, aquellos meses en los que no digo nada y no escribo mucho, por el calor el frío, la costumbre de no hacerlo o por pensar y vivir en lugar de escribir. Pero… a veces pasan cosas que me vuelven a echar por tierra y a golpes, a veces encuentro a alguien y encuentro el instante preciso que quiero capturar, que quiero encerrar en un instante en palabras e imágenes para recordarlo y vivirlo nuevamente días después o meses o años, ahora cuento en años, porque vivo también un poquito de recuerdos que llevo acumulados y que saco de vez en cuando del cajón de los recuerdos para reírme un rato y no vivir.
Y así encuentro de nuevo ese instante, volteo y miro su rostro y ella se ríe y me dice así como hace ya… cinco años, sí, me lo dijo igualito y movió la ceja y yo otra vez prendí la cámara de detrás de mis ojos y dije lo mismo que aquella vez, pero esta vez lo dije para mis adentros para recordarlo y que sea el momento perfecto y luego ella qué? sí, no nada, estaba pensando en otra cosa y el déjà vu se va y se va y mañana es otro día más y la cuenta comienza de cero, como siempre.
Es extraño, esos pequeños momentos me succionan de nuevo al mundo que he intentado apagar poco a poco, moviendo cada día un centímetro más hacia afuera la delgada línea que me separa de la locura… pero todo tiende a volver a lo mismo, y llega un momento en que miro al techo y no es nada más que el mismo techo de siempre y miramos al techo y volvemos a mirar al techo, siempre terminamos así y volteo al costado y tu rostro se va desvaneciendo y cambiando y me hace sentir más solo que nunca y a la vez más feliz que nunca porque me hace saber que no puedo sino sobrevivir sin ti.
Abro los ojos, me lavo el rostro, limpio mis pestañas, las legañas se van borrando poco a poco, se nubla mi vista y me pongo los lentes, me los quito y me lavo el rostro de nuevo y me froto los ojos con el dorso de la mano y los índices y me vuelvo a echar agua a los ojos y vuelvo a echarme esta vez a pensar que poco a poco pierdo la razón mientras el termómetro me va diciendo que tengo 39 y cada vez que llego a 40 pierdo un poquito más la razón para siempre y soy feliz, porque nadie que esté cuerdo llega a la felicidad.
Y camino en círculos nuevamente, pero esta vez al menos sonrío para mis adentros.