Regreso.
Pero no vengo solo.
Me acompañan mis ojeras y mi bolsa, los sonidos de mis chirriantes dientes que se van muriendo
el temblor en mis piernas graves,
y un denso tufo a recuerdo.
No tengo ya la calidez de mi melena cuidando mis hombros,
ni los dedos largos, delgados de hombre de lecturas.
Ahora mis hombros se hacen espesos,
y mis camisas se oxidan
solas,
como mis muñecas, tercas,
que aún no se enteran
del fin del verano.