Es el día más extraño del mundo.
Cuando escuchas de una leyenda que no te des por vencido.
Cuando te das cuenta que sigue vivo.
Y cuando te enteras que, finalmente,
una novela no es otra cosa que una carta
sin saludo ni despedida.
Bitácoras reunidas
Es el día más extraño del mundo.
Cuando escuchas de una leyenda que no te des por vencido.
Cuando te das cuenta que sigue vivo.
Y cuando te enteras que, finalmente,
una novela no es otra cosa que una carta
sin saludo ni despedida.
“Todo funciona como siempre.
Salgo a la calle. Voy a morir.”
Carlos Drummond de Andrade
Morir.
Morir, despertarse temprano como todos.
Alisarse el pelo con dedos dormidos y enjuagarse la piel con aceites.
Rezar con ojos cerrados; bautizarse en lociones de espuma.
Masticar bocados.
Preparar excusas, el día alcanza.
Salir, con suerte despedirse y entrar en la caterva.
Penetrar letrinas que se mueven,
intentar perderse,
cerrar los ojos y soñar que todo siempre está bien,
que es mejor así,
que podría ser peor,
que todo es culpa de,
que qué le vamos a hacer.
Vacíos.
No soportarías si supieras que hoy vas a
morir.
Te deslizas de las fauces de ese pequeño dragón blanco
que infecta las calles.
Toses,
te acomodas la corbata y el grillete.
Envuelves el cuerpo en un abrazo humano.
Echas a andar.
Calles recién baldeadas te son alfombra.
Mujeres preocupadas,
hombres de inmóvil mirada,
niños cuidando adultos.
Semáforos ascensores escaleras.
Grillete sol día,
noche.
Lo sabes. Hoy vas a morir.
Vida a muerte.
Destapas una pequeña lata,
absorbes un tiempo.
Rezas ciegamente al color y movimiento,
te domas con voces amigables
que arrullan
tu alma hasta tu próxima muerte.
Pero qué, es mejor así.
Podría ser peor
te escuchas.
Tu tenedor responde con su música al caer.