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Llega junio

Llega junio y sus días cenicientos, tristes y ágiles

llega el delirio de cumplir el fin de mes

la cuota, la parte, la calle

se va

todo el tiempo que he querido aparecerá en julio

como por magia de arte

estuve tanto tiempo concentrado

en coordinar, apagar, encender y medir

que casi olvido lo feliz

que hubiera sido

solo perdurando

en el tiempo

sin palabras complicadas

solo

machacundo.

Hay días cercanos que paso solo en Santa Olalla

Llego a casa cansado cuando quiebra la noche al día

y enciendo las cuatro luces de la casa

para no sentirme

más vacío

en un clic

se iluminan los rincones

y los miro

lentamente los contemplo como si por

casualidad o

fortuna

estuvieran llenos de gente.

A veces escucho a la gente conversando en los días soleados que acaban pronto en Santa Olalla

y recuerdo los días de sol

y fortuna

nuevamente

ahora sentado en el tronco vacío

escucho

el crepitar

del río

y los

huesos

de los muertos

que viven conmigo.

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Las noches extrañas (parte 2)

En una ilusión precisa

de noche y sin sentido

encontré a mi tribu, nuevamente,

Sí, nuevamente

como aquella vez que crucé el tráfico del jirón Bolivia a las nueve de la noche

la primera vez que me puse los blue jeans

y el chaleco de Han Solo

con una polera debajo

por el frío de Lima por las noches de mayo

Y conocí

el amor de mi vida

la vida del amor

el tiempo extraño de la muerte

que te va alcanzado desde entonces

y las noches tersas de Barranco con amigos

drogas, alcohol

y un poquito de amor

que se esfumó como una promesa

de mayo entre adolescentes

que bordean los veinte años

¿Nos vemos luego?

La acompañé en el taxi, me bajé en Aramburú

Ella se lo llevó al centro de Lima

Prendí el mismo cigarrillo que ahora apago

sentado frente al río

en una tarde de mayo que ya oscurece

mirando el fin del mundo

Las gotas de lluvia ya van a comenzar a caer

Marco

regresa adentro

de la casa,

me llama el amor del amor de mi vida

que lleva en brazos

al amor del amor del amor

La vida es un sueño extraño

cuando descubres quién eres

y qué es lo más importante

como aquella vez

que te atragantaste de noche

cuando el camión invadió tu carril y vino de frente hacia ti

y

soñaste con un parabrisas roto

y el Civic desvencijado en medio de la carretera central

en una vía doble de noche

y allá lejos

en dirección contraria

estaba el amor del amor del amor

durmiendo tranquilo

en brazos

sin sentir el corazón agrietado

ni el acongojamiento

de la muerte segura que vino

una noche de mayo que subía a Santa Olalla

a dormir y

quizá

soñar una vez más

Nota: busquen en vano la parte 1

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Inmensidad del cielo

Hay días en los que me llegan inmensas las oportunidades

Absurdas

imposibles

pero, ¿será que tiene mi nombre ese futuro

que se vislumbra entre la rejilla

de una puerta infinita?

¿Será que

el futuro

quiere que

de alguna forma

siga los pasos

hacia el pasado?

Me pregunto mientras acaricio

la tersa

panza de mi esposa

en días fríos

de abril

que anuncian ya el invierno

¿Será que debo

dejarme crecer el bigote?

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Diez años de Michi

Llegamos a la veterinaria antes de las seis. Las empleadas conversan entre ellas y ya tienen cara de querer irse. No nos han llamado en todo el día.
–Venimos por la cajita de… por las cenizas del gato –les dice Denisse.
Se miran entre ellas. Luego, nos piden el nombre.
–Michi Ruiz –les decimos.
Y recuerdo cómo a principios de semana, cuando lo internamos, lo comenzaron a llamar así, con nombre y apellido.
Michi, Michi Ruiz. Parece, a veces, como si hubiera estado con nosotros siempre.
Había tantas formas de llamarlo. A veces era el gatosonso, el gatazo, el gatote, el gatobola, el gato–chancho, el gaturro, el gatoloco. En fin, todos los alias del inmenso Michiberto y que quedan ya sueltos.
Las mujeres se ponen a cuchichear algo entre ellas. Una coge el teléfono y marca. Se va al cuarto de al fondo para hablar. A Denisse y yo nos da mala espina. Michi hoy hubiera cumplido diez años. Ya sé lo que va a pasar. Seguro que no tienen lista la cajita con las cenizas de Michi. A lo mejor la han perdido. Y no me siento con ganas de enojarme. Esperamos.
Hace solo unos meses, cuando comenzó la pandemia y comenzamos a quedarnos en la casa, Denisse pensaba que al Michi le gustaba estar con ella por las mañanas. Se quedaba en el cuarto o en la sala, acompañándola, y, luego, por las tardes, venía al escritorio conmigo. Así se distribuye, me decía.
Yo creo que sigue al sol, le comenté hace poco. Y posiblemente sí, desde antes que nos quedáramos recluidos en casa, el Michi seguía al sol, que moría en el escritorio. Y luego se quedaba conmigo cuando prendía la calefacción.
A veces estaba escribiendo y se quería subir a mis piernas. Me ponía una pata en la rodilla y me miraba. Parecía estarme diciendo ya pues, déjame subir. Rara vez en verano lo dejaba; en invierno, me ponía encima el poncho azul que traje de Ecuador y a él le gustaba subirse. Últimamente ya solo se quedaba mirando el poncho y ya sabía que se quería a trepar. Lo hacía un rollo y lo subía.
Era calientito. Siempre se hacía una pelota. A veces se dormía, con la cabeza entre mis piernas y un hueco del escritorio. A veces se despertaba y debía de pensar qué hago acá, se lanzaba al piso y se iba con Denisse.
Todavía recuerdo cuando era chiquito y corría, saltaba y era ágil. Flaquito, se podía subir por todos lados. Hasta que cumplió tres años vivió en la casa grande con jardín conmigo y mis papás. Le gustaba subirse a la higuera, camuflarse y asustar pajaritos. Cuando se hizo más gordo, abrazaba la higuera y se subía hasta un saliente alto para vigilar la casa escondido.
Cuando Denisse y yo nos casamos y nos fuimos a vivir a Lince, el Michi se vino con nosotros. Ahí alfombramos el parqué para que tenga más lugar para arañar, y el gato pasaba largo rato estirado y arañando el tapizón. Su lugar favorito era en medio de la sala, un pequeño espacio que el sol pintaba por una ventana al atardecer.
Habremos pasado tres navidades en Lince y después nos mudamos al apartamento del segundo piso en San Isidro. Es más grande para él, pensamos. Estará feliz explorando todas partes. Y lo fue. Le encantaba subirse a dormir a las sillas del comedor, debajo de la mesa. Le gustaba el puf junto a mi escritorio, el sillón naranja, y el espacio al pie de la cama.
–Señorita, disculpe –le dicen a Denisse –. Ha tenido un inconveniente la movilidad y lo traerán recién mañana en la mañana –nos despierta del recuerdo una de las mujeres.

Y así es como pasamos el cumpleaños número diez de Michi sin Michi.

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Un pequeño fuego en medio del incendio

Hoy ha muerto el tío Pancho, dormido, en su cama

en medio de la noche.

Y su muerte no contará

porque esta misma noche

han muerto otros 752 por la epidemia

y nadie puede salir de sus casas.

Ni yo podré ir a su velorio ni entierro.

Y le darán «cristiana sepultura»

Sin cristiana ni sepultura.

Lo cremarán y nos darán una cajita

Y nos dirán que cerremos la reja.

¿Qué se habrá querido señor ministro de Educación?

 

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Muerte de Melina y otros desvaríos

Es raro encontrarse a la muerte cara a cara a la vuelta

de la calle,

caminar, comer, escapar de las combis,

y enterarse de la muerte.

¿Es verdad?

No es verdad

¿Cómo puede serlo?

¿Cuál es la luz, mi querida Blanca, que no la encuentro?

Sentirse nervioso, doblar las paredes

Acaso estás llorando mientras abrazas a la gente

Yo solo recibo en efectivo, no, no, no

Y te pagaba en un sobre, billete sobre billete

Hasta que construiste tu casa, ladrillo a ladrillo,

donde te velaban

esa tarde calurosa.

Armaron un toldo, rodearon de sillas, nos dieron almuerzo.

No es ella, no es ella.

Su sonrisa está aquí, su frente está allá, más allá su pelo.

Todo apunta a que sí es.

Se fue tan joven, tan joven, dice la madre.

Es

como

una noche

extraña.

No me cuadra, la muerte, la muerte.

Esa vieja compañera nos visita

Nos sorbe, nos lame

Nos deja a tientas sobre la vida

Nos ausculta y nos deja huérfanos

Tú, vieja amiga, vieja enemiga.

Tú, amable muerte,

mírame a los ojos otra vez.

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Las noches

Las noches caen y la calma llega incluso aunque no la busques. Sigues sentado, mirando tus manos, tranquilo. Piensas que todo ha acabado. Eso crees.
Es solo un inicio, un nuevo inicio.
Como tantos otros que has tenido,
recoges tus piernas,
te echas al hombro el alma
desvalida
la valija
de sueños
los callas
y los llevas
más allá, allá
donde te leen y más allá
a consolarte por las noches
con regalos y sueños.

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Días anónimos

Y qué podemos hacer
cuando la puerta, la ventana y la rendija
se cierran de
repente
con
tus manos
juntas

Debería usted hacer algo
que cómo vamos a dejar que ocurra
cómo nos van a devolver
los mendrugos
como piedras
y
de dónde vamos a
sacar la miel
para alimentar
a
nuestros
hijos

Hoy he conocido
el dolor que se esconde
detrás del tiempo

He reabierto
heridas insolentes

He vomitado
un poco antiguas querellas
que me llevan
a extrañar
un día
sin tiempo
un tiempo
sin día
ni sol